Impedid que se aburran las niñas en sus ocupaciones y que se apasionen por sus diversiones, como sucede siempre en la educación vulgar, en que, como dice Fenelón, todo el fastidio está de una parte y todo el contento de otra. Siguiendo las reglas precedentes solamente ocurrirá el primero de estos inconvenientes cuando las personas que estuviesen con ellas les disgusten. Una niña que quiera mucho a su madre o a su aya, trabajará todo el día a su lado sin aburrirse; sólo con charlar quedará resarcida de toda sujeción. Pero si no puede sufrir a la que gobierna, tomará la misma repugnancia a todo lo que haga a su lado. Es muy difícil que las que no se encuentran más a gusto con sus madres que con los demás hagan nunca nada bueno, pero para juzgar de sus verdaderos afectos, es preciso estudiarlas, y no fiarse de lo que dicen, puesto que son aduladoras, disimulan y desde muy temprano saben disfrazar sus sentimientos. Tampoco se les debe prescribir que quieran a su madre, pues el afecto no resulta de la obligación, y en esto de nada sirve el apremio. El cariño, las solicitudes, el solo hábito harán que la hija quiera a la madre, a no ser que ésta actúe de tal forma, que se haga merecedora del aborrecimiento. Bien dirigida, hasta la sujeción en que se la tiene, lejos de debilitar su cariño, no hará otra cosa que aumentarlo, porque siendo la dependencia el estado natural de las mujeres, se inclinan a la obediencia.
Toda Pasion Apagada Epub To Mobi
La investigación de las verdades abstractas y especulativas, de los principios y axiomas en las ciencias, todo lo que tiende a generalizar las ideas, no es propio de las mujeres; sus estudios se deben referir a la práctica, y les toca a ellas aplicar los principios hallados por el hombre y hacer las observaciones que le conducen a sentar principios. Todas las reflexiones de las mujeres, en cuanto no tienen relación inmediata con, sus obligaciones, deben encaminarse al estudio de los hombres y a los conocimientos agradables, cuyo objeto es el gusto, porque las obras de ingenio exceden a su capacidad, toda vez que no poseen la atención ni el criterio suficientes para dominar las ciencias exactas, y en cuanto a los conocimiento físicos, el que es más activo ve más objetos, tiene otra fuerza y debe juzgar de las relaciones de los seres sensibles y las leyes de la naturaleza. La mujer, que es débil y nada ve fuera de sí misma, valora y juzga los móviles que para suplir su debilidad puede poner en acción, y las pasiones del hombre son estos móviles. Su mecánica es más fuerte que la nuestra, pues todas sus palancas tienden a remover el corazón humano. Es preciso que posea el arte de hacer que nosotros queramos todo lo que es necesario o agradable a su sexo y que no puede hacer por sí mismo; por lo tanto, es necesario que estudie a fondo el espíritu del hombre, no en general y en abstracto, sino el de los hombres que tiene cerca y a quienes está sujeta, sea por ley, sea por la opinión; es preciso que por sus razones, por sus acciones, por sus miradas y por sus ademanes, aprenda a penetrar sus ideas, y que por las razones, las acciones, las miradas y los ademanes de ella, sepa inspirarles el sentir que le acomode, sin que parezca que se fijen. Mejor que ella filosofarán ellos acerca del corazón humano, pero ella leerá mejor en el corazón de los hombres. A las mujeres compete hallar, por decirlo así, la moral experimental, y a nosotros reducirla a sistema. La mujer tiene más agudeza y el hombre más ingenio; la mujer observa y el hombre discurre, y de este concierto resultan la más clara luz y la ciencia más completa que pueda adquirir el entendimiento humano en las cosas morales. En una palabra, el conocimiento más seguro de sí y de los demás que puede alcanzar nuestra especie. Y de esta forma el arte puede tender a perfeccionar el instrumento que nos dio la naturaleza.
Todas esas distintas educaciones inspiran igualmente en las doncellas la afición a les deleites del mundo y a las pasiones que pronto nacen de esta afición. En las ciudades populosas la depravación empieza con la vida, y en las de poco vecindario comienza con la razón. Las jóvenes provincianas, instruidas en menospreciar la dichosa sencillez de sus costumbres, se dan prisa por ir a la capital y participar de la corrupción de las nuestras; los vicios adornados con el pomposo nombre de talentos, son el único objeto del viaje, y avergonzadas por llegar de tan lejos, al verse muy distantes todavía del noble desenfreno de las mujeres del país, no tardan en hacer méritos para ser también ellas vecinas de la capital. Me preguntareis dónde comienza el daño, adónde le proyectan, o dónde lo llevan a cabo?
No todo el mundo tiene facilidad para comprender lo que el amor a lo honesto enriquece el alma, y la fuerza que puede encontrar en sí el que sinceramente quiere ser virtuoso. Hay gentes a quienes todo lo que es grande les parece fantástico, y quienes con su vil y baja razón jamás conocerán lo que con las pasiones humanas puede la misma locura de la virtud. A éstos sólo se les ha de hablar con ejemplos, y si se obstinan en negarlos, peor para ellos. Si yo les dijera que Sofía no es un ser imaginario, que sólo su nombre es invención mía, que realmente ha existido con su educación, su carácter y sus costumbres, y hasta su figura, y que su memoria todavía cuesta lágrimas a una familia honrada, sin duda no lo creerían, pero, qué es lo que aventuro en concluir sin rodeos la historia de una joven tan parecida a Sofía, que pudiera la de ésta ser la suya sin que debiesen extrañarlo? Si la creen verdadera o no, importa muy poco; para ellos habré contado ficciones, pero siempre habré explicado mi método y llegaré al fin que me he propuesto.
Otra consideración que confirma la primera es que aquí no se trata de un joven entregado desde su infancia a la credulidad, a la codicia, a la envidia, a la soberbia y a todas las pasiones que sirven de instrumento a las educaciones comunes, sino de un joven cuyo primer amor no es ése, sino también su primera pasión de toda especie, y de esta pasión, tal vez la única que con tanto ímpetu puede sentir en toda su vida, depende su definitivo carácter. Fijado su modo de pensar, sus sentimientos, y sus gustos por una duradera pasión, adquirirán tal consistencia, que ya nunca se alterarán.
Ved a mi Emilio a los veinte años cumplidos, bien formado, bien constituido de cuerpo y de espíritu, fuerte, sano, dispuesto, hábil y robusto, juicioso, apacible, bondadoso, humano, con buenas costumbres y cuando la belleza libre del imperio de las pasiones crueles, exento del yugo de la opinión, pero sujeto a la ley de la sabiduría y dócil a la voz de la amistad; poseedor de todos los talentos útiles y muchos agradables, cuidándose poco de las riquezas, pero llevando su defensa en los brazos, sin temor que le falte el pan. Ahora embriagado con una pasión naciente, su corazón se abre a los primeros juegos de amor, y sus dulces ilusiones forman para él un mundo nuevo de goces y delicias; su ídolo es amable, y todavía más amable por su persona; espera una correspondencia que sabe que se le debe.
Cuando llegamos quiere encerrarse. Le mandan que se quede, y tiene que obedecer, pero en seguida toma una decisión, y finge una alegría que engañaría a otros. Su padre viene a recibirnos, y nos dice: Mucha angustia nos han hecho pasar, amigos; aquí hay quien no se lo perdonará fácilmente. Quién es, papá?, pregunta Sofía, sonriendo, sin que su sonrisa le pase de los labios. Qué importa -contesta su padre-, mientras no seas tú? Sofía calla y se fija en su labor. Su madre nos recibe con frío y estudiado gesto; Emilio, cortado, no se atreve a acercarse a Sofía, pero ella le habla, le pregunta cómo está, le invita a que se siente y disimula de tal modo que el pobre joven, que todavía no conoce el lenguaje de las vehementes pasiones, se desconcierta de tanto aplomo, y casi se indigna más de lo que lo está ella.
Al entrar en la edad de uso de razón, te guardé de la opinión de los hombres; al hacerse sensible tu corazón, te preservé del imperio de las pasiones. Si hubiera podido prolongar esta interior tranquilidad hasta el fin de tu vida, yo habría afirmado mi obra y siempre serías todo lo feliz que un hombre puede ser, pero en vano, querido Emilio, he templado tu alma en la Estigia, pues no he conseguido hacerla invulnerable por todas partes; se presenta un nuevo enemigo que aún no has aprendido a vencer y del que no puedo liberarte. Ese enemigo eres tú mismo. La naturaleza y la fortuna te habían dejado libre. Podías soportar la miseria, sufrir los dolores corporales y desconocías los del espíritu; no estabas obligado más que a tu condición humana, y ahora lo estás con todos los vínculos en que tú te has atado; al aprender a desear, te has convertido en esclavo de tus deseos. Sin que cambie nada en ti, sin que nada te ofenda, sin que nada toque tu ser, muchos sinsabores pueden ensombrecer tu alma. Muchos dolores puedes sentir sin estar enfermo y muchas muertes puedes padecer sin morir. Una mentira, un error, una duda, puede conducirte a la desesperación.
Hijo mío, no existe felicidad sin valor, ni virtud sin resistencia. La palabra "virtud" viene de "fuerza", y la fuerza es la base de toda virtud. La virtud sólo pertenece a un ser débil por su naturaleza y fuerte por su voluntad, y aunque digamos que Dios es bueno, no le llamamos virtuoso, porque para obrar bien no necesita hacer esfuerzo alguno. He esperado a que estuvieses en la edad de entenderme para explicarte esta palabra tan profana. Cuando no cuesta nada practicarla hay poca necesidad de conocer la virtud. Esta necesidad llega cuando las pasiones se despiertan, y para ti ya ha llegado.
Educándote con toda la sencillez de la naturaleza, en lugar de prescribir penosas obligaciones, te he preservado de los vicios que hacen penosas estas obligaciones; he hecho que aborrezcas la mentira porque es inútil; te he enseñado a darle a cada uno lo suyo y a no interesarte por lo que no es tuyo, y antes he tratado de que fueses bueno que virtuoso. Pero el que es bueno y no disfruta siéndolo, no se mantiene en esa situación; la bondad se rompe y muere con el choque de las pasiones, y el hombre que no únicamente es bueno, sólo es bueno para sí mismo. 2ff7e9595c
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